
Fue a raíz de presenciar un concierto del Aula de Flautas de Pico de la Escuela de Música dirigido por Esperanza Álvarez, cuando esa idea se convirtió en una especie de necesidad. Han tenido que pasar tres años, para que todo madurara y diera como resultado la obra que presentamos esta semana.
Lo primero que necesitaba era el texto sobre el que escribir. Para ello volví mis ojos hacia los recuerdos de mi memoria y pedí a Esperanza, que creara el texto y los posibles diálogos entre los personajes más importantes. Y dicho y hecho, en menos de una semana ya tenía en casa la materia prima principal con la que comenzar a construir.

La orquestación final resultó ser un pequeño homenaje a las agrupaciones de flautas de pico, instrumentos agradecidos en las aulas de primaria, pero con un brillantísimo y olvidado pasado en el renacimiento y barroco, que con esta obra se pretende desempolvar. Esas mismas flautas de pico que en nuestro centro, como en el resto de Europa, abanderan el movimiento de la música antigua.
A ese nutrido grupo de instrumentistas, se le añadieron dos clarinetes, dos trompetas y tres percusionistas, lo que nos da una agrupación poco común fuera de nuestras aulas, pero de lo más convencional en nuestra forma de entenderla música: «el cesto se hace con los mimbres que se tienen».
Al planteamiento musical había que añadirle una pequeña parte escénica. Dos protagonistas nos narran la historia «a la italiana». El personaje de la narradora es interpretado por la madre de tres alumnas de la escuela, de tal forma que una vez más buscamos la plena comprensión por parte de los padres del acto musical en sí. Para ello, nada mejor que participar de los ensayos, de los preparativos y sobre todo del estreno el día del concierto. El otro papel, Jesús, es interpretado por un alumno. Progenitores y descendencia se dan la mano en un mismo acto musical, cultural y educativo; perfecto caldo de cultivo para crear nuevas generaciones de personas formadas a través de la música, personas sensibilizadas con el arte y con la cultura.
Finalmente la obra cubre perfectamente mis dos grandes objetivos. Como educador: formar a mis alumnos y al público que asiste a la sala; y como artista: hacer olvidar por una hora los males del mundo. Con ello me doy por satisfecho.