Vivir es una constante y compleja improvisación en la que cada nuevo segundo vital nos ofrece infinitas posibles opciones a elegir. Hablar, caminar o jugar, son acciones en las que la toma de decisiones en tiempo real basándonos en la experiencia previa, improvisar en definitiva, es imprescindible. Además, para poder realizar todas estas acciones es necesario desarrollar una atención plena ya que su ejecución es inviable sin ella.
Esta capacidad de dar respuesta inmediata a las vivencias cotidianas nos hizo evolucionar, sobrevivir, avanzar como especie, permitiendo además desarrollar y perfeccionar nuestro sistema de aprendizaje.
La improvisación aplicada al desarrollo musical, genera la toma constante de decisiones conscientes por parte del cerebro, debiendo seleccionar en tiempo real qué es lo siguiente que se puede o se debe tocar o cantar. Esta situación de incertidumbre nos permite, de una forma natural, poder mantener una atención plena durante todo el tiempo que dure el estudio basado en esta herramienta, evitando además que aparezca toda esa madeja de pensamientos víricos que habitualmente suelen desarrollarse en las rutinas repetitivas.
Como es de esperar, no hablo de la improvisación como un estilo de interpretación musical ligado al jazz donde se construyen nuevas melodías sobre una base armónica y rítmica premeditadas. Mi propuesta busca entroncar esta herramienta en cada uno de los ejercicios diarios que cada instrumentista ha de realizar cuando quiere aprender elementos de una obra que aún no están plenamente a su alcance. Se trata de un ejercicio de desarrollo cognitivo, no de una propuesta estética o estilística.
Todo este proceso en el que se produce un cambio metodológico en nuestro estudio personal, nos permitirá además aprender a mantener una atención más plena. Para ello, nos basaremos en la capacidad que tiene la improvisación de crear nuevos procesos lingüísticos musicales que nos ayudan a asumir los procesos motrices y sonoros de cada obra, sin tener que recaer una vez más en la mera repetición mecánica que no suscita ningún interés en los centros límbicos de nuestro cerebro.
Que en el estudio diario asumamos plenamente la improvisación como elemento de desarrollo cognitivo, significa poner sobre el tablero la referencia más ancestral de cómo ha aprendido el ser humano a lo largo de su evolución, poniendo también en valor su capacidad para emocionar, motivar, generar atención y permitir un proceso de aprendizaje más transversal, generando una memoria a largo plazo de manera más rápida y eficaz.
Creo que esto puede ser un gran paso.
Antonio.